lunes, 22 de marzo de 2010

Un día en la piscina


Hace un calor insoportable en la capital de nuestro país. Mariano e Inés están jodidos. No sólo están en el paro, sino que ni siquiera entre los dos conocen a alguien con un apartamento de tercera fila en la costa o un simple chalecito en la sierra. No tienen un duro y está atrapados en el flamígero verano mandrileño. Gracias al cielo, Inés tiene un bono municipal para la piscina de su barrio. Esto constituye una ventana abierta al aire fresco, una escapatoria húmeda que Mariano no deja escapar.

- Pues nos vamos tú y yo, como dos príncipes, a refrescarnos y tomar un poco el sol.

Y allí van. Han logrado aparcar el coche a sólo tres manzanas de la entrada de la piscina. Mariano está preocupado porque la ventana de su coche no cierra bien y teme que le puedan robar su radiocassette, así que decide llevárselo consigo, incrementando un poco más la carga que ha de transportar hasta la soñada pileta.

- Pero quién iba a querer llevarse esa antigualla. –reprende tímida Inés.
- Sí, sí, antigualla…un pioner ifi, joder Inés, ¿en qué mundo vives?

Mariano chancletea pesadamente por encima del hirviente asfalto. Va cargado como una acémila: toallas, gafas de bucear, una colchoneta hinchable, la nevera con la comida… Inés avanza como un pajarito a unos diez metros por delante de él. Es obvio que siente vergüenza. Ella sólo porta un bolso de plástico marrón en el que le cabe todo. Finalmente llegan a las taquillas. Ante ellos se desparrama una larga cola formada por adolescentes peleones, señoras de barrio indecentemente ataviadas, jubilados en la antesala de un golpe de calor y unos cuantos ñetas.

- Cuidadín con ese que se te cuela… -advierte Mariano, ojo avizor.-


Inés está harta –pero harta- de que Mariano, con lo tonto que es, le dedique constantes regañinas, pero lleva ya un tiempo optando por pasar de él y de sus comentarios.


- ¿lo ves? Ya se te coló. Mira que te lo estaba diciendo Inés. Mira que te lo estaba diciendo…

La cola va acercando a la taquilla a nuestros héroes del INEM. Finalmente logran plantarse frente a un mal encarado taquillero vestido de blanco que no deja a Inés ni posar su bono en la repisita de la ventanilla

- No se pueden pasar ni colchonetas, ni gafas de buceo ni neveras de pin-ni. Lo dice muy clarito el cartel. -Grazna el taquillero desde su cueva-


Inés clava su mirada en Mariano. Si ya se lo había dicho. Se lo había dicho mil veces.


- ¡Pues menuda mierda de normas! –acierta a rebuznar Mariano mientras recula empujando a la gente con la colchoneta hinchable-
- Vamos al coche Mariano, lo dejamos todo ahí y ya está –calma Inés-
- Sí, pero toda la cola que nos hemos chupado ¿qué? ¿eh? ¿no nos irán a hacer repetir la cola por lo menos , no? –escupe Mariano hacía la taquilla por encima de los empujones cada vez más fuertes de Inés-
- La cola es la cola y las normas son las normas, caballero –se escucha recitar al oscuro taquillero-


Mariano al fin renuncia y, precedido por Inés, se encamina de nuevo al coche. Al desandar la cola, un ñeta le pincha la colchoneta quemándola con un encendedor. Mariano lo ve, pero calla y chancletea tras Inés que ya le precede en casi una treintena de metros.
De nuevo en el coche, Mariano, inasequible al desaliento, declama;

- Los chinos dicen que hay que sacar provecho de las dificultades. Por eso ganaron a los americanos en la jungla contra todo pronóstico. Vamos a hacer lo mismo: voy a colocar la colchoneta tapando la ventana… mmmmpppf…..mmmmpppfff….así ¿ves? Perfecto.


El día sólo está empezando e Inés ya no puede más. Ahora empieza a ver como Mariano abre la nevera portátil y revuelve dentro. Triunfante, saca un paquete de jamón de York y se lo camufla dentro del ya ajustado bañador

- A ver si se atreven a revisar aquí. ¿eh? A ver si se atreven. Ya está. Por lo menos no tendremos que gastarnos tanto en el chiringuito de dentro ¿quieres un poco ahora? Yo me voy a comer un poco de la ensaladilla…

Inés se aleja despacio del coche hacia la cola. El calor aprieta y sólo sueña con darse un bañito y dormir tranquila en alguna sombra.

- Sí, ve pillando sitio en la cola –le grita Mariano con la boca repleta de ensaladilla rusa- yo ya voy.



Pasadas la cola y la taquilla, los dos enamorados irrumpen en el paraíso municipal. Hay varias piscinas, alguna incluso con trampolín. Inés lo ve y se echa a temblar…pide al Dios de las piscinas que impida que Mariano lo utilice. Se separan para entrar en los vestuarios, de donde salen algo después con sus respectivas fichitas de guardarropa. Inés encuentra una pequeña sombra vacía dentro de la abarrotada instalación y extiende su toalla.

- Pero Inés, ¿te vas a poner a la sombra? Pero si así no nos vamos a poner morenos ni nada. Mira, vamos allí, dice señalando un pequeño recuadro de césped amarillo vacío junto a la parte honda de la piscina. Inés se rinde. Ahora sólo quiere que el día acabe cuanto antes para volver a casa con su madre y su hermana. Mariano chancletea entusiasmado hacia el lugar señalado. Inés no quiere ni pensar en el jamón de York que lleva metido en el bañador, pero las miradas de algunas personas con las que se cruzan, le delatan cuán llamativo es a la vista para los demás.

- ¿Ves? –dice Mariano extendiendo su toalla del Real Mandril- aquí nos vamos a broncear de lo lindo y además estamos al lado del agua. ¡En primera línea de playa! ¿quieres un poquito de jamón? La verdad es que podríamos venir todos los días ¿no?

Inés se tumba boca abajo y sueña con que el césped municipal la trague para siempre. Comienza a relajarse cuando un chorro de agua proveniente de la piscina la empapa del todo. Son los ñetas de antes, que se tiran a bomba cerca de ellos para mojar a Mariano. Este no dice nada. Se levanta y pregunta ¿un bañito? Inés acepta con voluntad de zombi ¿qué más puede pasar? Se juramenta a si misma para abandonar a este imbécil en cuanto le sea posible. Le sigue hasta el borde…


- Yo fui campeón de braza en Matalascañas dos veranos seguidos. Les ganaba a todos sólo con el impulso de cuando me tiraba. ¿sabes? –ilustra Mariano- consiste en saber rebotar en el agua. Como las piedras cuando se hacen ranas…

Mariano, en cuclillas al borde de la piscina, va metiendo las manos en el agua y se va mojando el cuerpo. Inés se dirige hacia la ducha

- Bueno, y luego la capacidad pulmonar que tengo, que es inusitada, mira, mira…

Mariano se hincha como un pollo enfermo delante de Inés que ya no sabe qué decir o hacer. Intenta meter su tripa todo lo que puede y un trozo de jamón de York se le escurre por la entrepierna.

-Pero no te duches tía, eso es de viejas..¿qué pasa? ¿qué ya no eres joven?...Bueno, yo me meto…

Las garras de aguilucho de un mariano ya erguido se aferran al borde la pileta. Su semblante adquiere la concentración del de un campeón olímpico. Otea con su serio mirar las aguas que va a recorrer. Es un atleta en estado máximo de concentración. Muestra de nuevo su capacidad pulmonar, flexiona ridículamente extendiendo los brazos hacia atrás y salta como si hubiese oído un pistoletazo de salida. Cae en estrepitosa plancha a una triste distancia del punto de partida. El planchazo ha resonado en toda la instalación municipal. Muchos, contando a los ñetas, han presenciado el doloroso espectáculo. Mariano se echa a nadar ahogando el intenso dolor que siente. Da unas brazadas, pero pronto rompe a toser y debe parar. Se gira hacia Inés que, ya duchada, se sumerge lentamente por la escalerilla.

- ¡Inés! ¡Aquí! Aquí! –grita-


Un silbato resuena por encima de los gritos y chapoteos y éstos enmudecen. Todos miran al socorrista mientras éste le grita a Mariano:

- ¡Caballero! ¡Salga del agua! ¡Caballero! ¡Sí usted, salga inmediatamente de la piscina!

Mariano obedece –el socorrista está muy, muy, enfadado- y se presenta sumiso ante él.

-¿Es que usted no sabe que hay que ducharse antes de meterse en el agua? ¿No ha leído los carteles? ¡Un poco de educación caballero, que ya es usted mayorcito!

Inés nada por el otro extremo de la piscina fingiendo no reparar en la humillación de Mariano. Éste se dirige cabizbajo a la ducha y se asea escuchando todavía la bronca del socorrista y las risas de los ñetas. Pero Mariano lo supera. El lo supera todo. Así que se tira de nuevo al agua, esta vez de pie, y nada, con afectación olímpica, hacia su Dulcinea.
Inés chapotea tranquila cuando Mariano, que se acerca por detrás, la coge por la cabeza y la sumerge violentamente. Ella forcejea inútilmente entre los blancos brazos de Mariano. Al fin, éste la suelta y le grita; -¡aguadilla, aguadilla! Inés ha tragado bastante agua y, a pesar de estar profundamente indignada, no puede hablar para decirle a Mariano cuán imbécil piensa que es. Dándole la espalda se dirige al borde y salta fuera del agua. Mariano le mira el culo y piensa que no está mal, que le gustaría más estar con otra tía con más tetas, rubia y que fuera muchísimo más guarra, pero que no está mal. Se regodea pensando en hacer alguna guarrada más tarde con Inés. Estos pensamientos se le cuelan de tal manera que tiene una erección. Afortunadamente está sumergido en el agua hasta el pecho y nadie puede verla. Esa impunidad le encanta a Mariano, que comienza a pasearse andando por dentro de la piscina como en el paseíllo de un torero. Va mirando a todas las mujeres reunidas en torno a la charca municipal. Imaginando, imaginando…fantástico Mariano, grande ahí...-se dice- la vida es bella Mariano…


Mientras, Inés ya está tendida en la toalla. Empieza justo a relajarse cuando se le acercan dos antiguas amigas que se sientan con ella a charlar. Inés está aterrorizada ante la perspectiva de que sus amigas vean y conozcan a Mariano. De lejos ve a éste de espaldas, como paseando su mirada por un tendido imaginario que Inés no acierta a sentir. No sabe qué demonios se trae ahora entre manos, aunque sabe que será inevitablemente decepcionante…. Una de las amigas interrumpe la grave meditación de Inés;


- ¿qué miras tía? ¿has venido sola? ¿y esta toalla de Cristiano Ronaldo de quién es, eh?
- Eso, eso, azuza la segunda amiga- ¿te has traído a alguien?


Inés escucha sonar la banda sonora de Tiburón dentro de su cabeza. Mariano se ha girado y la ha visto acompañada de sus amigas. Ve como éste se zambulle con ademanes pretendidamente atléticos y comienza a bracear ruidosamente hacia ellas. Pronto estará ahí. Las amigas reparan en el rostro de Inés, que delata que algo se acerca. Se giran y ven una ruidosa espuma que se gana terreno hacia ellas por el agua. No aciertan a ver cómo es, aunque la primera impresión ya es lastimera por el contraste del brillo de la calva y los bracetes blancos de Mariano. Haciendo un esfuerzo, éste cubre los últimos dos metros buceando hasta el borde donde están las chicas e irrumpe a su lado moviendo la cabeza como si quisiera sacudir la humedad de una melena que no existe.
Consciente de cada uno de sus movimientos, Mariano permanece en la pileta apoyando sus brazos en el borde, de forma que sus blancos bíceps se aplasten contra éste, dando la impresión –así lo cree él- de una poderosa musculatura. Por lo demás, se comportará como un perfecto caballero, no exento de una cierta picardía elegante y un saber estar digno de un hombre de mundo como él.


- Él es…os presento a…
- Mariano –interrumpe éste con seguridad desde su trinchera acuática- encantado de conoceros chicas…¿venís mucho por aquí?

Las amigas de Inés miran al suelo y reprimen unas risas. Inés lo nota, pero no se explica muy bien el motivo. La verdad es que sus amigas aún no han visto nada y la presentación de Mariano, sin ser la de un James Bond, no ha sido de las peores que cabría esperar.

- Nosotros es la primera vez que venimos, pero lo estamos pasando fenomenal, ¿eh kari? así que creo que vendremos todos los días ¿vosotras también?

Ahora Inés repara en que a Mariano le cuelga un enorme moco verde de la nariz

- La verdad es que uno se siente renacer aquí –comenta Mariano soñador- un poco de deporte, aire libre, buena compañía –guiña un ojo a las chicas-. A mi desde luego no me pillan en un Benidor o un Matalascañas…esto es mucho mejor y al lado de casa ¿no?

Las amigas de Inés ya no saben donde meterse. Inés, por su parte, nota como la grima que siente se convierte ya en un dolor físico que le afecta al estómago.

- Mariano…la nariz…la….nariz –le susurra Inés-
- ¿qué? ¿la nariz, qué? -Contesta Mariano mirándose los bíceps- Bueno que, ¿os metéis?
- No, no, gracias. Íbamos al bar a comer algo –se escaquean las chicas-
- Ah pues, ¿vamos todos, no kari? Tenemos un poco de jamón de York ¿queréis?
- Nno, no..es que hemos quedado en el bar y llegamos tarde..Bueno Inés, ya nos veremos…
- Pero si me seco en un momento. Venga, vamos para allá. Inés, dejamos las toallas para que no nos quiten el sitio


La comitiva es terrible. Delante, a una cierta distancia, van las dos amigas de Inés, cuchicheando entre si. El siguiente es Mariano, que chancletea mirándolas el culo y aún va con su enorme moco verde. Y detrás, bastante detrás, les sigue Inés, rota, superada por la vida y deseando volver a su casa.

Ya en el chiringuito, Mariano vocifera porque ha encontrado una mesa libre. Entre sus voces y su enorme y ya seco moco, atrae la atención de toda la gente. Embarcadas sin quererlo, las tres chicas acuden a su llamada y se sientan. Mariano, caballeroso, les pregunta qué quieren ofreciéndose a ir a buscarlo. Antes de ir por el encargo, deja el jamón de York en la mesa.

- Inés, ¿estás bien? –le pregunta una de las amigas.
- ¿eh? –disimula Inés-.

Mariano regresa con unas bebidas y anuncia orgulloso que están todas invitadas. Inés le dedica una mirada de odio porque le jode que se haga el espléndido con sus amigas cuando normalmente es un miserable. Él no repara en la mirada y, triunfante, se pone a comer del jamón de York.

- Bueno, nosotras nos vamos ya. Gracias por la cocacola
- Pero, ¿ya os vais?
- Déjalas Mariano, tienen que irse –reprende Inés ya violenta-.
- Vale, pero mañana podríamos quedar otra vez ¿no?
- Caballero: No se pueden traer meriendas al bar. Lo dice el cartel. –irrumpe reprendiendo un camarero joven con aspecto de retrasado-.
- ¿qué dice? ¿qué merienda dice?, pero si he comprado cuatro cocacolas…
- Son las normas caballero. No se pueden traer meriendas al bar. –el retrasado no puede evitar mirar fijamente el moco seco de Mariano-.
- Pero si es un poco de jamón de York
- Adiós Inés –se alejan las amigas-.
- ¡Y qué hago con el jamón ahora? ¿eh? ¿Qué hago yo con este jamón ahora?


El joven retrasado se encoge de hombros. En el cursillo no le explicaron esa respuesta. Además el moco de Mariano le fascina de tal manera que ha quedado como en trance. Se acerca un alto cargo del bar y amenaza con la policía y la expulsión. Mariano arrampla con el jamón que queda de un solo bocado. Aunque lo intenta, ahora no puede hablar y casi, por el moco seco, ni respirar. El alto cargo del bar le dice que se vaya y avisa a seguridad. Unas señoras mayores de la mesa de al lado se asustan y se levantan. Los ñetas, sin embargo, hacen corro en torno a la escena. Inés se tapa la cara con la mano y mira al suelo.

- qué…¿qué es esto? –se horroriza Mariano descubriendo su moco-.
- Caballero se le ha dicho por activa y por pasiva que abandone el recinto del chiringuito. –insiste, elegante pero firme, el alto cargo del bar-.


Mariano escupe la bola de jamón de york medio masticado encima de la mesa y el joven retrasado parece salir del trance de golpe. Hay también muchos niños mirando. Unos jubilados reprueban la escena moviendo sus cabezas. Inés ya está casi en posición fetal encima de su silla con ambas manos cubriéndose la cabeza. Se va acercando el socorrista que antes reprendió a Mariano por lo de la ducha.

- Pero Kari, ¿cómo no me dices que tengo un moco en la cara? –pregunta Mariano reparando en el escándalo.

El joven retrasado comienza a recoger los vasos de cocacola sin consumir. Mariano se enzarza con él para que no se los lleve. Más y más gente se arremolina en torno a ellos. A lo lejos, un señor comienza a hacer aspavientos gritando que no-hay-derecho-hombre-no-hay-derecho. A lo lejos se ve una pareja de policía municipal hablando con el funcionario de la taquilla que les señala hacia el chiringuito.

- ¡Menudo pieza esta ud. Hecho, caballero! –reprende severo el socorrista atenazando con su manaza el hombro de Mariano-.
- ¡Oiga oiga, déjeme que yo he comprado cuatro cocacolas! ¡quiero mis cuatro cocacolas!
- No se resista, que será peor –advierte el socorrista arrastrando a Mariano hacia la salida-.
- Pero¿no ha visto que el imbécil ese se ha llevado mis cocacolas? Inés, dile algo hombre…


Inés se ha levantado. Mira la escena como abstraída. Se da la vuelta y comienza a alejarse. Llegan los municipales y prenden a Mariano. Los ñetas se alejan prudencialmente. Los niños acompañan a la comitiva policial hacia la salida. Todos miran a Mariano pensando las peores cosas de él.

- ¡Inés! ¡Inés! –grita Mariano entre la maraña de brazos que lo aprisionan- ¡coge mi toalla Inés, que es de CR9!
- Vamos hombre, no ponga las cosas aún más difíciles –aconseja el poli bueno.-
- ¡Mi chancleta! ¡que se me ha caído una chancleta oiga! ¡Inés, espérame en el coche! ¡Ineeeeees!
- ¡No complique más la situación!


Finalmente Mariano es arrojado al suelo y reducido como si fuera un terrorista internacional. Algunos ciudadanos lamentablemente ataviados aplauden a las fuerzas de orden. El socorrista, crecido, advierte a todos que sigan disfrutando de las instalaciones municipales, que ahí no hay nada que ver.

Mariano musita respetuosamente desde el suelo invocando su derecho constitucional a cuatro cocacolas y a su chancleta. A Inés ya ni se la ve. Los niños comienzan a ser apartados por sus preocupadas madres y los ñetas toman nota de los métodos policiales desde prudente distancia. Los ruidos de la piscina vuelven a cobrar protagonismo. En pocos minutos todos olvidan el episodio.

Ya al anochecer, durante el turno de limpieza de la instalación municipal, un operario que lleva al hombro una toalla de Cristiano Ronaldo producto del botín de la recogida diaria, encuentra una chancleta tirada en el suelo. Se pregunta que cómo es posible que alguien olvide una de sus dos chancletas y se vaya a su casa con un pié calzado y el otro no. Se responde que la gente es gilipollas.

sábado, 20 de marzo de 2010

La historia de Nieto. El motero sin moto que sabe encajar.

Nieto es del Atlético de Madrid y está de vacaciones en Almería, en el cabo de gata. Deambulando por la zona con su novieta (de la que ahora os cuento) ha encontrado el Jo Bar, un bar de moteros malotes absolutamente ilegal que está situado en medio del desierto, en el valle de Los Escullos, cerca del mar.
Todos los que trabajamos ahí, usamos un largo pañuelo para llevarlo entre el casco de la moto y la cabeza, este pañuelo, además de pinturero, sirve para el sudor, el frío, el polvo, etc. Es largo y su correcta colocación es todo un arte. Pues bien, después de unos primeros días de asentamiento en el nuevo medio, Nieto se coloca un pañuelo de los mocos en la cabeza en la tercera jornada. De esa guisa se acerca esa noche al Bar. Va a demostrar cuanto se ha adaptado ya a este ambiente auténtico que le estaba esperando a él y también hasta qué punto ha captado el mensaje: “Vive salvaje”

De su brazo viene Mamen, que es del Real Madrid. Ella viste desenfadadamente. Casualmente. Eso dice en una etiqueta o algo asín. Ella sí que se ha adaptado. Me trata con sinceridad de iniciado a iniciado en algo. Yo sí que la puedo comprender... y no ese garrulo de Nieto

Sí, sí. Si es que tu eres muy jipi. De siempre. -se defiende Nieto-
¿Tu qué coño dices? Que no haces más que ver la tele.
Jipi de toda la vida...no te jode –ironiza Nieto sin mirarla-
Lo único que sabes hacer majo, ver la tele...
Jasrecrisna, jarecrisnas, jarecrisnacrisnajasres...-le canta Nieto.
¡Mira!...que me pones, que es que no sé qué hacer
Anda ponme por favor otro de estos... -zanja nieto sin mirarla.-

Nieto tiene moto, pero no aquí. Está en el taller en Mandril. Pero el verano que viene ya veré ya...¡la traerá!

Imagino como escenificará él ese momento en las frías tardes de invierno en las que la gente de ciudad sueña con las vacaciones: Su moto refulgiendo bajo una luna llena de anuncio que le enmarca en semicírculo desde el horizonte marino...que estampa: Esa Yamaha virago 500 rugiendo por el desierto camino del Jobar. Llega y allí le esperamos sus verdaderos amigos. Esos amigos que son los únicos que verdaderamente le comprenden, le conocen a fondo... ¡No son sólo amigos coño! ¡Son hermanos!...Sí, sus hermanos del Jobar le esperarán. Y se acordarán perfectamente de él. De las cosas que hablaron con él durante el anterior verano. Le darán una cerveza enorme que el apurará de un trago ante la exaltación de sus hermanos salvajes y ante la impresionada mirada de una pedazo de piba...Mmmhh.

Sí joder, porque es que a la Mamen ya no la aguanta. Es que mira que es fea la tía. Y tonta del culo.. Y chacha.

Si es que, hay que joderse...me dejo la moto y me traigo a esta...
Oye imbécil, que yo me llevo a los sitios solita ¿eh?
¿Y quién conduce, eh lista, quién conduce? -Nieto encuentra un punto débil y ataca mirando a la parroquia, tal es su confianza en la pulla.- ¡Ja! ¿Y quién conduce, eh? ¡Ja, ja!
Desde luego eres idiota majo...
¡Ja, ja! Sisí Idiota, pero conduzco, ¡negada! ¡Que eres una negada! ¡Ja!
Gilipollas.
¡Ja, ja! ¿has visto, tío, como es esta piba? -intenta inmiscuirme Nieto- Me llama gilipollas porque no sabe ni hablar y sólo dice ¡TONTERIAS!

(Nieto termina su frase mirándola y ella da un golpe en la barra y se aleja susurrando, desolada...)
No aguanto más...

Esa noche Mamen sobrepasó algún tipo de límite. Se fueron juntos, porque Nieto apuró su bebida y salió tras ella después de mirarme a los ojos para conectar conmigo en el pensamiento de “como son las pibas”. El resto de su noche quedó entre ellos...y los que les rodeasen en cada momento.

Volvieron al día siguiente, pero separados. Nieto venía con otra piba. Una Morenaza. No estaba nada mal y desde luego comparándola con Mamen era Miss universo con el cerebro de Mdme. Courie. Me alegró ver la capacidad de reacción de Nieto. Cualitativamente era incuestionable la mejora. Y cuantitativamente, “un día-una piba”, no está nada mal ¿no?.

Nieto por su parte estaba viviendo una especie de anticipo del sueño que yo le había imaginado: Una buena piba, amistad profunda con sus hermanos salvajes y esa embriagadora libertad. Era como una película, no, como un video musical. Hasta notaba como el pañuelo pirata le ajustaba mejor...

Pero Nieto no tuvo demasiado tiempo para disfrutar de aquél Walhalla anticipado. Apenas diez minutos después de su llegada con la morenaza, apareció Mamen.

Eres un hijo de puta

Con un swing pugilístico de primera magnitud, Mamen le propinaba a Nieto una ensalada de hostias digna de un récord guiness. Después, con Nieto ya fuera de combate, se encaró a la morenaza.

¿y tu? -la morenaza no comprendía quién era esa loca-
¿¡Quién es esta puta!? –insiste Mamen girándose hacia Nieto blandiendo su riñonera como arma-

Nieto ni pudo responder. Había recibido una buena paliza y aún no sabía bien de dónde le había caído. Mamen se revolvió de nuevo hacia la morenaza y la atacó con saña. Qué fuerza de la naturaleza. La morenaza encajó y encajó chillando:

¿Pero quién es esta? ¡Quitádmela de encima!

Las separamos. Pero entonces Mamen volvió a por Nieto, que empezó a ver comprometida su hombría ante sus hermanos salvajes.

-¡TeviaencajarunahostiaMamenhostia! –acertó a rebuznar en su defensa.-

De nuevo les separamos.

- ¿Pero no me habías dicho que cada uno por su lao?
Sí hijoputa, pero no esto
¡Cada uno a lo suyo! ¡Cada uno a lo suyo dijistes!

Cada cierto tiempo, Mamen volvía a atacar. Ora a la morenaza, ora a Nieto. En una de ellas pudimos finalmente ver a la morenaza pelear en el polvo del desierto. Hubo un acuerdo tácito para dejarlas pelear un rato. No cupieron las apuestas. Nadie hubiese apostado contra Mamen.

El pañuelo pirata de Nieto había desaparecido de una hostia certera en la primera escaramuza. Su aspecto era ahora el de la derrota. Había ligado una buena piba en un solo día. Había encontrado su sitio con sus hermanos y veía ya empezar una nueva era. Pero Mamen le había dado de hostias y la morenaza había huido del bar... Normal, ni siquiera la había defendido... ¿Cómo saldría de la pobre de aquel desierto por la noche, sin coche?... No habrá faltado quién la lleve... Joder ¿qué iba a hacer ahora?

Mamen intentaba involucrar a todo el mundo a su favor, pero no encontró más que miradas que fingía no ver. De vergüenza se fingió también borracha y de alcohol se emborrachó de verdad en su teatrillo. Acabó tirada al fondo. Llorando y gritando de vez en cuando hacia donde ella pensaba, sin acertar, que estaba Nieto. Como esos locutores de la tv que se equivocan de cámara...

Desaparecieron finalmente del bar tras habernos obsequiado con varios bises que se alternaban en violencia.

A los dos o tres días volvieron, reconciliados.

Oye, perdonad por lo del otro día –se excusó Nieto elegante.-
- Es que llevábamos un pedo... –aportó Mamen.-

Y se volvieron a Mandril. Y de la mano hasta el coche. Sabiendo que dejaban atrás a sus hermanos salvajes. Que les esperarían. Que se acordarían de ellos, de lo importante de ellos el siguiente verano.

la llamada de lo salvaje (magnetismo telúrico)


Mariano e Inés están de vacaciones en el Parque Natural. Es invierno y no hay ningún puente o festividad a la vista. El tiempo está desapacible. Hace un poniente de cojones y en todas las orillas, justo donde rompen las olas, se forman una especie de infiernos provocados por la mezcla que el viento hace de la arena que arrastra desde el desierto, con las briznas de agua que arranca a mala hostia de las olas. Estamos en el Playazo, cerca de Rodalquilar.
Allí, precisamente, es donde Mariano ha arrastrado a Inés en esta tarde del frío mes de febrero.
Pero no precipitemos el curso de la narración: ¿de dónde salen estos dos? No hay mucha información al respecto. Sólo sé que son de Mandril. Les conozco porque hace dos noches estuvieron en el bar. Aparecieron allí porque Mariano había leído acerca de nuestro bar en “El País semanal EP[s]” y había tenido la suerte -no común a otros lectores de la misma publicación- de encontrar el garito.

Durante el invierno, el trato con los clientes es como más cercano. Eso, desde dentro de la barra, tiene un grave peligro, que es el de que el cliente se torne en una especie de demonio castigador en forma de paliza, de chapas, pero no. El caso de Mariano e Inés es distinto. Son buena gente, aunque sin mucha chispa la verdad, pero buena gente.
A Mariano le han regalado una estancia de una semana en un hotel de Rodalquilar. Nunca había estado por aquí, pero la magia del lugar ya le ha fascinado. Le ha fascinado hasta el punto de que no puede dejar de hablar de ella. Todo el rato con la magia por aquí y la magia por allá, que qué sitio más especial, que si es telúrico, que si nota ciertos magnetismos...

-¿no los notais, vosotros, eh, los magnetismos?

A Mariano también le ha dejado la mujer hace poco. Afortunadamente, a sus 40 y pico años no tenían aún hijos. Y así Mariano, en pleno proceso de recuperación, ha venido a la costa nijareña de Almería con Inés, una chica de su oficina con la que se ha liado.

Yo pienso que a Inés le gusta Mariano menos que a éste Inés. Ella es más jóven, tendrá unos 35, y no los lleva del todo mal. Aunque tengo que reconocer que viéndoles juntos, uno no se ve ante la típica pareja rumbosa. Mariano es rechonchillo y peludete de cuerpo, que no de cabeza, asolada ésta como está por la alopecia. Ella es pequeñita, con el pelo lacio y como cara de pena. Más bien parecen salidos de algún cursillo para parados. Como diría un amigo mío que es muy triunfador, “tienen pinta de fracas.”

Pues ya digo, después de haber intimado con ellos en el bar hace sólo dos noches, tengo ahora la oportunidad de espiarles desde una altura que domina el Playazo.

Hace un frío de cojones, está nublado y ha llovido hace menos de media hora. El poniente me estaba haciendo plantearme seriamente largarme de aquí. Y eso que he venido más que bien pertrechado con una buena chupa de altas solapas y un buen termo de café con leche español que voy alternando con los preceptivos porros.
Pues eso, que a pesar de todas mis sabias medidas de supervivencia extrema, el poniente me está haciendo plantearme una retirada. Encontrándome yo en estos pensamientos, veo llegar un renault laguna azul. De él se bajan los dos personajes que reconozco inmediatamente: Son Mariano e Inés. Eso me decide a quedarme un rato más. A ver qué hacen estos dos aquí con el frío que pela.

Mariano, según se baja del coche, anda unos pasos y abre los brazos en gesto de gracias a la inmensidad del oceano. Inés, claramente incómoda por el frío, se ajusta el abrigo rojo y se cala un gorro de lana hasta las cejas. Mariano la mira y le recrimina que no entre en conjunción absoluta con la naturaleza, como hace él. Ella no contesta, permanece abrigada y no quiere decir palabra alguna que pueda alargar esta absurda estancia en la playa en un día de perros como este.
Mariano, libre, se encamina a la orilla. Inés, que ya perdió la esperanza de volver a embarcarse rápidamente en el coche, se aleja de éste y sigue a Mariano a pocos pasos.
Mariano, salvaje, comenta lo feliz que sería él de poder dejar mandril y su mierda de trabajo y vivir todos los días así: libre y salvaje, como él en realidad es.

Ante la sorpresa de Inés, Mariano se despoja de la chupa abandonándola en la arena con despreocupación mientras camina en dirección al mar. Ella parece comenzar a comprender lo que se le viene encima. Recoge la prenda de su pareja del suelo y le sigue sin atreverse a decir nada que pudiera espolear el salvajismo de mariano.

El, que sabe que su pareja anda detrás, decide interiormente darle a ella una lección de lo que es la completa sintonía con la naturaleza, qué coño con la naturaleza, con el propio cosmos joder.

Así es como decide que se va a bañar. Ya verás como se va a quedar la tía esta conmigo, lo va a flipar -parece decirse para sus adentros, y continua mientras se acerca a la orilla: definitivamente, este lugar tiene algo...no sé...llámalo energía o magnetismo, o no...mejor telúrico, algo telúrico...sí... una energía telúrica...

Con esto en la cabeza, Mariano se gira hacía Inés con la intención de transmitirle su hallazgo, de compartirlo con ella, pero un primer vistazo le desanima. Inés le sigue dando pequeños e inseguros pasos sin levantar la vista del irregular suelo que pisa, evitando los charcos que él pisa, completamente a propósito, demostrando una actitud de la que ella carece.

no todos somos iguales...sólo algunos seres vivos percibimos estas cosas, es como un instinto animal...yo soy un animal, pero es que vivo en la ciudad y así, pues claro, no puedo ser felíz sin los telurismos, sin esta energía que sólo los salvajes podemos comprender...

-pues me apetece darme un chapuzón -declama flipando con la nueva seguridad que ahora disfruta

La verdad es que Inés se lo temía. Si ya sabía ella que este era un notas. A pesar de ello intenta evitar el mal rato.

Pero Mariano, kari, que hace muchísimo frío....y mira que olas, que se te llevan pa dentro
Venga, venga, si son muy pequeñitas. Tu es que no me conoces, pero yo es que soy así, que me dan ganas de bañarme y me baño....una vez en la Pedriza con Alfonso...
¿Y si te pasa algo yo que hago aquí sola? -interrumpe Inés desesperada-
Pero mujer, hay que ver como eres -se molesta el salvaje Mariano mientras se despoja del jersey- además -dice señalando hacia mi sin reconocerme- mira, allí hay un señor ¿ya está no?

Inés no ha quedado satisfecha, pero Mariano ya pugna con los pantalones, en breve estará desnudo y ella, santo cielo, ¡no puede hacer nada!

-guárdame la ropa anda -dice Mariano con gesto de conquistador que parte a las cruzadas.-

Ante la nariz de Inés, encima del resto de la ropa, yacen ahora los calcetines y los gallumbos de color carne de Mariano. Como hace mucho viento, ella se ve obligada a aplastar el burruño de ropa poniendo la mano en las prendas íntimas de Mariano. Descubre en ese preciso instante, que jamás podrá amarle.
Ajeno a todo esto, Mariano se acerca, desnudo y decidido a la orilla. Por supuesto mete barriga y trata de sacar miembro, pero le salen mal ambas cosas. Su estampa es lamentable

-ahí voy -anuncia orgulloso.-

Su primer pie entrá en contacto con el agua. Está absolutamente helada. Un escalofrío le sube por la espalda y estalla en su cuello. Le da un temblor súbito e incontrolable y su organo reproductor se encoge visiblemente. Aterrado, se gira tratando de recuperar el control y la sensibilidad de su pie y le da el reloj a ella. Ese gesto le ha permitido retrasar lo inevitable unos segundos, pero sabe que deberá zambullirse en ese mar helado y agresivo que ruge ante él. De otra manera, toda la admiración que ahora despierta en Inés desaparecerá.

-Olvidé quitarme el reloj -se excusa fingiendo una sonrisa mientras disimula los temblores.

Inés está pasando uno de los peores ratos de su vida. Este energúmeno, que la ha traido hasta aquí en un día como este, que le ha dado sus calzoncillos color carne para que se los guarde y que encima anoche se quedó como un lirón después de follarsela fatal, quiere impresionarla y el muy capullo se va a ahogar...

Mariano ya tiene los dos pies en el agua. Está completamente aterrado y su rostro lo disimula bastante mal. Está pasando también un verdadero mal rato. Además, no ve que hay un claro escalón al lado mismo de la orilla y, perdiendo pie aparatosamente, cae en él sumergiendose del todo. Se rehace del susto sin dignidad alguna, chillando como una rata, braceando como un niño asustado y tratando de salir del oceano como si estuviese escapando del Titanic, pero cuando consigue encaramarse de mala manera para salir y logra sacar su cuerpo del agua dejando su cintura al descubierto descubre algo terrorífico: Su Pene ha desaparecido. Parece que no tiene polla y sus huevos se han quedado como los de una pantera; fríos, pequeños y pegados al culo.
Mariano se siente muy avergonzado, por lo que, brúscamente, se gira de nuevo hacia el oceano negando a Inés el privilegio de la contemplación de su aparato reproductor. De esa guisa, empieza a andar por el agua, como dando un despreocupado paseo, de espaldas a Inés, alejándose de ella e intentando, por medio de algún tipo de auto control, lograr que su pene recobre al menos un aspecto no demasiado ridículo.

Inés no sabe como hacerle ver que da igual. Que el tamaño no importa. Que lo único importante es que se abrigue rápido para irse de ahí, pero él, hombre salvaje, ha emprendido ya un absurdo camino que le lleva a alejarse más y más de Inés hacia el otro extremo de la playa. En su andar, Mariano finge que juega con la arena, que contempla el bello espectáculo del temporal, así hasta que, ya con descarados tocamientos de por medio, logra dar a su pene un tamaño que él considera decente. Se da la vuelta orgulloso y repara en que Inés le ha dejado la ropa en la orilla pillada con una piedra y se ha retirado a esperarle dentro del coche. Mariano no se viene abajo, piensa que la tiene impresionada y ya se ve a si mismo poseyéndola como lo haría un salvaje en cuanto lleguen al hotel...

El jipi de costa nijareño: descripción, hábitat y una anécdota


En este parque sobrenatural de Cabo de Gata Níjar hay bastantes bares. Cada uno de ellos tiene sus cosas, sus costumbres, su música y, claro, su parroquia. En alguno en concreto, esta parroquia está compuesta de jipis. Al hablar de jipis en la costa nijareña, debemos dejar atrás conceptos como el flower power, el movimiento por la paz, la búsqueda de la felicidad en comunión con la naturaleza, o los bellos muchachos norteamericanos que se aseguraban de llevar flores en el pelo en caso de acercarse a Frisco.
No, la costa nijareña tiene la inmensa fortuna de generar un tipo de jipi muy distinto. Los de aquí viven en asentamientos como el de Tres Palmeras, la rambla de las Agüillas (de donde han sido expulsados recientemente por las fuerzas de orden, aunque según últimas informaciones algunos ya han vuelto) o el de la Cala de San Pedro (bahía cochinos, como dice un amigo mío).

Suelen vivir a bordo de viejos camiones reformados con bastante pericia y sus gustos esenciales les clasifican inmediata e irremediablemente como politoxicómanos. (A ver quién tira la primera piedra en este asunto)
Para hacerse una buena idea del rollo que llevan, éste no es muy distinto del que pueda tener cualquier otro homeless urbano. De hecho, la única diferencia con estos últimos, es que los jipis son mendigos de entorno rural.

Por si aún no ha quedado claro, a mi no me molan nada estos jipis, aunque evitando caer en generalizaciones ofensivas, debo decir que por supuesto que los hay buenos, faltaría más. Además debo reconocer que en realidad jamás he tenido un problema con ninguno de ellos. Nos ha jodido.

Sin embargo hay algunas características esenciales en el jipi nijareño que me parece imprescincible exponer en este texto costumbrista:
El jipi nijareño suele venir del norte de Europa, es guarro consigo mismo, suele ensuciar su entorno, es pendenciero cuando está mamado (es decir, todo el tiempo) y echa mano de cualquier objeto que permanezca descuidado el tiempo suficiente.

En fin, la verdad es que no hay nada nuevo bajo el sol. No son comportamientos de los que uno pueda decir que le sorprendan, o que nunca los ha visto, son cosas más bien habituales, pero la verdad parecen más propias de otros lugares, como guettos urbanos de extraradio o cárceles de mínima seguridad. Además, el entorno del parque sobrenatural da a sus costumbres un fondo que sugiere una inmediata incongruencia.

Basándome en casos reales, puedo hablar con justicia de uno de los temores que estos jipis pueden crear: El gorroneo, para mí, su caracteristica más terrorífica. Muchos son vampiros que chupan la sangre hasta que la víctima se lo afea, entonces se retiran indignados mascullando terribles ofensas del tipo "que poco se enrrolla este tío" o algo así (en el idioma que sea). Son gente que se dedica a gorronear sin fin. Viven trabajosamente de los demás

Otro tipo de vampirismo que practican es el de las almas. Buscan almas a quienes martirizar con sus interminables conversaciones, o mejor expresado, interminables monólogos. Buscan en las playas, en las calles, durante el día o la noche, alguien vivo a quién echar la chapa. Lo hacen sin piedad y sin mediar provocación o incitación alguna por parte de la víctima. (Este tema, el del vampirismo de almas, lo comparten con otros individuos que no tienen, necesariamente, que formar parte de los jipis y será tratado sin duda en P&B).

Precisando aún un poco más la descripción de las terribles chapas de estos individuos, su característica específica es la de que cada uno de ellos domina un tema a la perfección, atrapando en él a todo incauto desprevenido que cometa la imprudencia de acercarse. La víctima será avasallada durante lapsos de tiempo inhumanos con interminables charlas en las que los jipis, orgullosos, dejarán claras sus erudiciones sin pensar en absoluto en el malestar profundo que provocan.
Estos temas suelen variar entre las estrellas, los planetas o el cosmos en general; el zodíaco también es un clásico muy utilizado; el cultivo de marihuana, con todas sus pequeñas y sin duda interesantísimas peculiaridades químicas, es materia indispensable en sus monólogos y, por fin, su tema estrella: la criminal sociedad de consumo capitalista, de la que ellos, por su potencia mental y bravura vital, han sabido librarse, no como los demás, que somos todos gilipollas por no verlo. Hay una salvedad, éste último tema lo utilizan siempre y cuando no descubran la propiedad privada, en ese caso, son los primeros en tomar actitudes violentas hacia cualquiera que, por ejemplo, pasee despistado por zonas que ellos consideren como "sus tierras."

Sirvan todos estos datos como mera introducción de las impresiones que me generó el ambiente reinante en una noche de finales de octubre en un bar de Las Negras -considerada como la capital jipi del Parque Sobrenatural-.

Este bar, regentado por alemanes, recibe cada noche con valentía los empellones de una de las parroquias jipis más molestas de manejar desde dentro de la barra que uno se pueda imaginar. Al entrar y ver el ambiente, diría que éste puede recordar con toda justicia a una mezcla entre el bar que sale en La Guerra de las Galaxias, donde Luke conoce a Han Solo; los barrios bajos del Saigón de los 60; o el mercado de Baraka en el Mogadiscio de los 90... Mmmhh... ese ambiente que uno respira en cualquier guetto del mundo... ... Oh sí.

En cuanto a la parroquía, los hay tirados por el suelo, los hay que comienzan una discusión por una puta cerveza y los hay que gritan gemidos incomprensibles (yo creo que para oirse).

En un rincón hay una banda que hace un concierto acústico. Atacan versiones de Bowie con acierto, pero la parroquia jipi -en su delirio- les ignora por completo. A unos dos centimetros de la nariz del cantante, una mujer mayor y ajada se pelea con su pareja. Se empujan e insultan en alemán. Los músicos se inquietan y piden un poco de respeto. El chico, en una clara demostración de tacto y sensibilidad, coge a la vieja del pescuezo y la arrastra fuera con violencia. Ella se revuelve como una fiera atrapada y chilla logrando eclipsar el sonido de la banda.
Yo miro al dueño del bar y éste se inhibe por completo. La verdad es que no molesta tanto, da un rollo como del oeste y el llamar a los representantes de la justicia desde Las Negras resulta absurdo, por cuanto no llegarían al lugar del crímen hasta el día siguiente. Y que además paso yo mucho de llamarles.

Relajado por tal perspectiva, saboreo el espectáculo.

La vieja yace en la calle, pero tras sacudir la cabeza y recomponer sus ropas, se levanta como un resorte y vuelve a entrar con bríos renovados. Plantándose con decisión de nuevo a dos centímetros del cantante, comienza a emitir ese desagradable sonido con el que ella grita. Los perros de las cercanías protestan, con toda la razón, por que esa vieja les hace sufrir excesivamente con su emisión de raros ultrasonidos. Afortunadamente, otra vez la vuelven a echar, aunque esta vez el forcejeo es mucho más salvaje, ya que se suman a la expulsión otros jipis, de los cuales alguno resulta finalmente expulsado a su vez. Tal es la confusión en las escaramuzas.

Uno pensaría que es movida suficiente para un garito en el que hay, como mucho, unas veinte personas, pero en ese momento, otro colgao con gafas y cara de imbécil que estaba asido a la barra a mi lado, empieza a gritar como poseído mientras se mueve como con convulsiones junto a la barra. Tira vasos y empuja a otra jipi que intenta calmarle susurrándole con una voz increiblemente ronca.

Los músicos, temiendo por su integridad y la de su equipo, detienen la actuación.

En ese momento interviene Bronco, un jipi fuerte, con largas barbas y poncho a lo Clint Eastwood. Parece ocupar una posición de respeto en la comunidad. Empuja al imbécil del extraño trance hacia fuera, cruzándose en el camino con la vieja de antes, que tras haber sido expulsada por tercera vez, vuelve a entrar con rara determinación, para colocarse en el mismo sitio de antes (de donde el cantante, previsor, ya se ha retirado).

De esta forma, asisto a un continuo carrusel de jipis que entran de nuevo al bar tras haber sido expulsados por otros jipis que actúan como un improvisado servicio de orden. No logro detectar ninguna pauta concreta en las expulsiones. Tampoco acierto a distinguir bandos en litigio. Es un todos contra todos en el que las entradas y salidas se aderezan con forcejeos, gritos, lamentos y aparatosas caídas que arrastran bebidas, vasos, mesas y otros jipis.

Pronto todo se vuelve tan confuso que algunos jipis no saben si están dentro o fuera del bar. Se da incluso el caso de un multiexpulsado que finalmente ha quedado inmovilizado, aunque tambaleante, fuera del bar y ve como Bronco, el que parece líder del improvisado autoservicio de orden, lo coge de nuevo del pescuezo sin miramientos y lo arroja dentro del bar. Después de eso, Bronco percibe que algo ha ido mal en esa, su última acción, por lo que decide buscar un poco de tranquilidad que le permita poner en orden sus ideas, retirándose a su rincón de la barra, donde le espera una mujer de mirada vidriosa que le pide fuego con insistencia.

Los integrantes de la banda que antes tocaba, han logrado poner medio a salvo su equipo sorteando los tambaleos violentos de los jipis y ahora se han unido al reducido grupo de espectadores que estamos acodaos en la barra. El dueño del local está con la cabeza baja dejando que su chica, que curra con él, pegue, por fin, los primeros gritos a la aberrante parroquia. Pero ya es innecesario, los jipis están ya exhaustos tras toda esa actividad. Alguno de ellos duerme en el suelo, otros tambalean vociferando hacia la playa. Parece que todo ha terminado, al menos en este bar y por esta noche. Así que pedimos otra cerveza y volvemos a nuestras cosas. Ha estado bien.

Tiburones, musas y perros


La cala de la media luna. Es por la tarde. He venido hasta aquí para tomarme un descanso. No me apetecía hablar con nadie. Me sentía vago y quería disfrutar con las cosas que hicieran otros. La verdad es que tuve suerte porque era una de esas tardes en las que el sol resplandece por la orilla y el brillo se pasea arriba y abajo con las olas lentas. Además, como extra-bonus para una tarde de mirón, ella está ahí. Sentada al borde del mar con un enorme perro a su vera. Es preciosa, jipi y hace un calor de cojones en esta tarde almeriense que está acabando. De vez en cuando se levanta y pasea un rato, se mete un poco en el agua y demuestra cuan bella es. Se sale dejando que el mar le resbale por el cuerpo, sonriendo al perro y se sienta de nuevo junto a él. Es una jodida preciosidad que miro y remiro ya sin ningún disimulo más allá del poco que me proporcionan las gafas. El viento juega con su pelo castaño y los pocos que estamos en la playa disfrutamos muchísimo mirando la gracia de la musa que sólo está acompañada por ese gran perro que remolonea a su alrededor.
Parece un anuncio de Bacardi, pero de los buenos, de estos que te ponen en el cine antes de las pelis.
Esas son las cosas que uno encuentra en estas costas. Cosas que te pueden llevar a estados de deleite muy gratificantes. Que no hace falta participar de ellas, sólo con mirar basta.
Lamentablemente, no todos piensan así. En este escenario idilico irrumpe otro personaje: es un verdadero tiburón de playa. Viste también al estilo jipi tan de moda en estas tierras. Sin mariconadas, reconozco que el tío es atractivo; es alto, delgado, fibroso, está muy moreno -casi calcinado- y sus pensamientos se pueden leer como los carteles de una autopista: Inmediatamente, por encima de los otros ocupantes de la playa, se destaca a sus ojos la estampa de la bella musa que mira al mar con su perro.
El nuevo personaje es un viejo zorro. Calcula bien su jugada. No en vano se le reconocen numerosos éxitos en su sólida carrera de tiburón de playa en la submodalidad jipi enrrollado. Por que él lo vale y porque no es como los demás, hará algo distinto. ¿por qué interpelar a la musa con alguna sandez teniendo abierto otro puerto que los demás -borregos inexpertos- jamás usarían?
No es un tiburón cualquiera y hará valer su experiencia: Ha descubierto la puerta de entrada al paraíso sexual que esa musa sin duda le tiene reservado a él: El perro, el perro de la musa será la puerta de entrada.

Con los ojos entornados y la cara contraída en una mueca de depredador elabora su plan. Quiere que el encuentro con la musa sea casual, sin nada forzado. Lo cierto es que de nuevo tengo que reconocer que el tipo sabe lo que se hace. Aunque había irrumpido en la playa casi justo por detrás de la musa, acelera el paso a su espalda unos doscientos metros para aparecer en el posible campo visual de su objetivo en la orilla, lo más a la derecha que permite la pequeña cala. Desde ahí se acerca lentamente, como haciendo ver que ha surgido espontaneamente de las rocas. Se para de vez en cuando, fingiéndose absorto por alguna circunstancia marina, reanudando el paso con lentitud para volver a detenerse. Me admira su forma de echar el anzuelo, aunque la musa no demuestra aún ningún síntoma de interés.

A pesar de ello, como buen profesional, el tiburón sigue y sigue acercándose. Sabe que tiene un as en la manga que no fallará. Y efectivamente, ahí iba su baza, su as de la manga, saltando, ladrando y jadeando contento hacia el tiburón.

Nuevamente me siento admirado por el saber estar del tipo. Cuando ve al perrazo acercarse, en vez de titubear buscando una escapatoria como hubiera hecho yo o cualquier persona razonable precupada por su integridad física , él se agacha y con su sonrisa más encantadora recibe la embestida del enorme animal. Ambos ruedan aparatosamente por la orilla tras el golpe, aunque el tiburón sabe caer con cierto estilo, con una agilidad que sólo se puede adquirir practicando la capoeira.

Fue admirable. El plan del tiburón salía perfectamente. La musa mira en su dirección ... y ríe. El tiburón se da cuenta y redobla sus esfuerzos. Se deja, literalmente, la piel. El perro está ya asombradísimo de haber encontrado tan formidable y entregado compañero de juegos, por lo que también actúa más allá de lo normal.
Ambos generan un espectáculo impresionante. El se arrastra, gruñe, muerde y salta. El perro corre alrededor, se mete en las olas, se deja hacer cosquillas violentas... La musa mira de vez en cuando con simpatía. El tiburón ya lo da por hecho, pero no se confía. Aún jugará unos minutos más con el enorme animal entre el barro de la orilla antes de siquiera acercarse a la musa y dirigirle la palabra.

Mientras, los pocos espectadores de la playa ya no miramos a la musa. La épica que el tiburón nos logra transmitir a través de sus viriles juegos con el gran animal nos tiene a todos fascinados. Sin embargo, algo ocurre; la musa se ha levantado y se encamina al lugar de la violenta escaramuza playera. Es verdaderamente preciosa. El viento le pega la leve ropa que lleva y todos los mirones de la playa suspiramos por sus tetas.

El tiburón la ve e interrumpe -sólo por un segundo- sus juegos salvajes para echarle un buen vistazo, pero es un profesional y, animado por el vaivén de esas tetas que sabe que pronto serán suyas, redobla aún sus esfuerzos en los juegos con el animal. Este, por su parte, ha entrado ya en una escala de juegos que rayan en la violencia, por lo que el cuerpo del tiburón comienza a resentirse en forma de rasguños y dentelladas de intensidad media, pero no importa, está a punto de conseguirlo.

La musa se le acerca y se le acerca. Ya está a sólo unos pasos. El lo sabe y se plantea que, después de todo, no se lo pondrá fácil a la musa. La pelea con el mastín nos traslada a todos a sensaciones clásicas de una novela de Jack London. Ya hay sangre, tal es la intensidad en la que está envuelto el tiburón al que, no sin cierta jodienda, pienso que ya todos damos por triunfador.

La musa llega a su altura, se detiene sonriendo y hace una pequeña carantoña al mastín, que no le hace mucho caso porque ya sólo tiene ojos para el cuello del tiburón, que sin duda sueña con desgarrar jugando, sin maldad, como hacen esas cosas los perrazos.

El tiburón la mira desde el suelo logrando sonreír con cierta afectación mientras sujeta dificultosamente con toda la fuerza de sus brazos, plenos de babas, al mastín que se le tira a la yugular.

Toda la desolación del universo aparece en sus ojos cuando la musa, tras la leve caricia al perro, reanuda su camino despacio rumbo a la salida de la playa.

Todos nos hemos quedado boquiabiertos. La musa anda tranquilamente hacia el aparcamiento donde la espera su pequeño coche. Reparamos igualmente en que su culo es también un portento. Arranca y se va dejando una nube de polvo que se eleva en silencio.

Giramos entonces la vista hacia el tiburón que mira la escena desolado. Está roto. El perro sigue jugando frenético, empujándole entre las olas de la orilla, saltándole encima y mordiéndole.

Todos los testigos, aparte de mi, otras tres o cuatro personas y quizá uno o dos pajilleros, reparamos entonces en el error cometido por el tiburón: El perro no era de la musa. El jodido perro NO era de la musa. Todos reimos por lo bajo, no es para menos. Incluso nos buscamos con la mirada a lo lejos para compartir las risas. Las olas que aún golpean al tiburón parecen reir con nosotros. El perro -ajeno y elevado al paroxismo de la diversión por el tiburón de playa- insiste en sus juegos y no se explica porqué éste ahora le rechaza sin ningún interés y con brusquedad.

El tiburón mira entonces por turno a todos los que sabe que hemos presenciado su humillación. Yo le aguanto la mirada porque el cabrón lo tiene merecido. Por capullo, por mierda y gracias a Dios que no consiguió a la musa. Se sale de la orilla y echa a andar camino de San José empapado, lleno de babas, de barro y con el perro revoloteando a su alrededor. Parece que ha encontrado un fiel amigo que siempre le recordará su sonado fracaso en una tarde de sol en la media luna.