lunes, 26 de abril de 2010

Menos mal que alguien hace algo


En vista del azote de los tiempos presentes, nuestro colaborador Españolator acudió al oráculo Osborne de la comarca para implorar que, de una puñetera vez, aterrize una nave de Andrómeda y se lleve abducida a toda nuestra clase política. Ofreció a cambio su balón Adidas de playa y su firme promesa de no volver a probar nunca el pacharán. Ejemplos como este evidencian que el genero humano todavía tiene solución. Sólo es cuestión de encontrar el camino.

DEBATE. ¿en contra o a favor?


Las cosas tienden a ponerse difíciles amigos. ¿Recuerdan uds. los exhaustivos controles realizados por la guardia civil durante el pasado verano? Colas de coches llenos de personas acaloradas esperando ser revisados por la benemérita a la salida de las playas. Es innegable que con aquello se logró frenar el tráfico de chancletas y se incautaron innumerables bañadores mojados. Es más, nos pusimos a la cabeza de Europa en cuanto a aprehensión de toallas húmedas. En definitiva, todo un éxito en el año 2009 para nuestras fuerzas de orden.
Pues bien, parece que las autoridades planean un nuevo golpe: La prohibición de aparcar en lo que hasta ahora habían sido los aparcamientos de sitios como por ejemplo el Playazo de Rodalquilar. Todo el litoral del Parque Sobrenatural se ha visto inundado de carteles como el de la foto que ilustra esta entrada. Desde P&B queremos abrir un debate sobre el tema. ¿A favor o en contra de la mencionada prohibición? Pueden uds. dejar sus perlas-comentario.

domingo, 25 de abril de 2010

¿Te gusta conducir? pues mira palante coño.







A todo el mundo le gusta conducir a través de las bellas carreteras del Parque Sobrenatural. Al volante de nuestras fieles máquinas nos vemos rodeados de bellezas que rayan en lo hortera: Que si un amancer con fucsias, que si mira como asoma el mar por esas montañas, que si mira que colores en la tierra, que si ¡Hostias!...ya estamos en una zanja. ¿te gusta conducir? Pues mira palante coño. A ver si maduramos.

martes, 20 de abril de 2010

estampas nijareñas: incendio en San Isidro


Una soleada mañana en San Isidro. Se había declarado un incendio en una casa ocupada por inmigrantes. Se desataba la locura en el vecindario. Todo un gentío asistía, más expectante que atemorizado, a la inesperada reunión callejera. Alguien acercó una manguera que resultó ser demasiado corta, así que el Newton local irrumpió en la escena con otra manguera para unirla a la anterior, pero algo fallaba: era necesario que algo o alguien sostuviera el empalme. Las llamas y el humo cobraban más y más importancia. Los bomberos ya habían sido avisados, pero todo el mundo sabía que venían de lejos y tardarían en llegar. Lo más a mano que se encontró para sostener el empalme fue un niño gordito que andaba por allí. Y allí le colocaron, sosteniendo el empalme, empapándose sin rechistar, consciente de su importancia y del protagonismo que ésta le otorgaba. Cuando llegó el camión de bomberos, con sus sirenas, luces y avisos de todo tipo, lo hizo a espaldas del chaval-héroe. Venía a toda velocidad en la confianza, imagino, de que todo el mundo se retiraría de la calle. Pero el chaval no se enteraba de nada. Todas las marujas empezaron a chillarle que se quitara, pero el niño gordito no entendía nada. Se mascaba la tragedia. El camión de bomberos tuvo que pegar un frenazo considerable y el chaval soltó asustado el empalme...

P&B goes digital



Estimados lectores: El nucleo duro de P&B ha decidido pasarse temporalmente a lo digital. Seguimos emitiendo desde nuestra base secreta subterránea en el Parque Sobrenatural de Cabo de Gata - Níjar. Quisieramos, desde estas líneas, rendir el agradecimiento que merecen las personas que colaboraron en los siete números publicados en papel: Todos ellos curraron por la cara, sin percibir ni un lastimero guil. No se recuerda tal abnegación desde el tiempo de las cruzadas.
En la foto faltan algunos: Killófocles, Peter, Jesus Mariano, J. Consigliere, Karl Von Rein y Bluecat. El resto sí están: Mariachi San Benitos, Fotofinis, Boni LOz, Monipeni, Dr. Exitus, Españolator, Diógenes Pla de Ejido, Erizo, F. Lefer, James Berrinches y Renco W. Jones. Va por todos. Salud

viernes, 16 de abril de 2010

precious moments II: Los California Country Boys


Esa noche era una de esas noches de entre semana del mes de julio, en la que no había demasiada gente en el bar de Jo. Allí llegaron los California Country Boys (a pesar de ese nombre, que parecía con capacidad de representar a todo un rancho lleno de músicos, eran sólo dos boys. Esa fue nuestra primera sorpresa al recibirles).
Uno de los dos era ya más que talludito, entrado en carnes y asombrosamente pequeño para la camisa que lucía. (Una en la que se mostraba una especie de sky line de lo que debía sin duda ser el desierto de Wyoming).
El otro era muchísimo más jóven -de hecho, creo que era su hijo- y no estaba allí de muy buena gana. Además, seguramente el padre le había obligado a ponerse la misma camisa; el distinguido uniforme de escena de los CCB.
Al verles montar los instrumentos, reparamos alarmados en que sólo llevaban una guitarra y un super teclado de esos como los que tocaba el rarito de Mecano...no había ni batería, ni bajo, ni madre que lo parió, pero "traían sus ritmos pregrabados", nos aseguraba el CCB maduro. Magnífico: Como en la mejor tradición de gitano-con-cabra. Un escalofrío premonitorio recorrió mi espalda y ya era tarde para cancelar la actuación.
Una vez presentados, arrancaron su show. Ya conté antes que había poca gente. Además, todos estábamos desprevenidos, no nos esperábamos aquello: eran francamente malos. El público, que al principio se había colocado cerca del escenario, comenzó a alejarse disimuladamente. Se alejaron tanto, que al final sólo quedamos los CCB y la tripulación del bar. Durante la actuación yo reparé en las miradas de odio que el joven CCB dirigía al viejo CCB. Eran miradas de preso a funcionario de prisiones. El hijo estaba pasando un rato aún peor que el nuestro. Y eso que nosostros nos teníamos que agachar detrás de la barra para descojonarnos a gusto.
Así fue amigos. LLegaron, echaron a toda nuestra clientela y se fueron muy dignos (con su pasta en el bolsillo). Eran los California Country Boys.

La ostia en moto de Bob Dylan




Parece ser que aún se levanta un telón de misterio en torno al accidente de moto que sufrió Bob Dylan en julio de 1966. En aquellos tiempos, el esquivo divo americano, tratado por los medios y la sociedad del mundo occidental como un oráculo de la cultura pop, hacía poco que acababa de protagonizar su sonado "paso a la electricidad" (yo oía esa expresión de pequeño y pensaba que aquel tipo de la voz chillona había decidido, por algún motivo concreto que se me escapaba, empezar a instalar frigoríficos, lavadoras y televisiones por toda su casa).
Lo cierto es que, aburrido de años aporreando guitarras acústicas y protestando mucho, decidió romper los límites que le imponía el folk y sumarse a la diversión y la libertad creativa que parecía representar entonces el Rock'n'roll, "traicionando" a todo un sector de palizas folkies (Joan Baez; Peter, Paul and Mary y otros tipos de esa calaña).
Bob había conocido personalmente a bandas de rock británicas como The Beatles o The Animals y lo que ellos representaban no tenía color con las chapas de las que imagino le debían hacer receptor sus coleguitas folkies. (ver "Jipis", pag. 00 P&B 1, o la entrada "El jipi de costa nijareño: descripción, hábitat y una anécdota)
Pero volvamos al accidente. Se dice que andaba mamado aquel 29 de julio de 1966 cerca de su casa de Woodstock, donde estaba pasando un gran rato con los buenos chicos de The Band. Tan mamado que decidió irse un rato a disfrutar de su Triumph Bonneville de 650 cc. (ahí, en las motos, tenía buen gusto el vate de Minnesota). Decía que salió de noche y mamado como sólo se puede mamar una estrella del rock. Así, parece que perdió el control y se marcó el típico "recto" en una curva maldita, con el resultado final de salir eyectado de su máquina con traumático resultado. (imaginad, queridos lectores, el vuelo desde la moto del pequeño gran poeta americano aderezado con un típico grito dylaniano: "eeeeeeeeeeeeeeinnnnnnnnn")
Se dijo que Bob se había partido el cuello y también otras barbaridades trágicas sobre sus heridas. Que si se había tragado una harmónica, que si por distintas fracturas, nunca volvería a poder tocar la guitarra. Pero lo único cierto es que Bob desapareció de escena aprovechando esta circunstancia. Sin duda debía estar bastante hasta los huevos de que le preguntaran constantemente sobre cualquier asunto como si él tuviese todas las respuestas, de que le asediasen los fans y de que le vilipendiasen los acérrimos seguidores del folk, así que, por lo que parece, debió decirse: -ajajá. Y, frotándose las manos, se escondió profundamente para trabajar con tranquilidad.
De esa temporada de tranquilidad, durante la cual leyó mucho la Biblia y aprovechó para disfrutar de la vida en familia con hijos, quedaron para la historia "The basement tapes" que al parecer grabó con The Band en su propia casa y que hoy en día constituyen un trabajo musical muy apreciado.
Aunque en aquella época se dió por cierta la gravedad del accidente, hoy en día se especula mucho con la teoría de que fingió una gravedad en las secuelas de su accidente que no era, ni de lejos, real. Que aquello no pasó de ser un susto del que sacó partido escondiéndose de palizas, colgaos, periodistas, fans (y probablemente de Joan-brasa- Baez).¿Qué decir? Yo aplaudo esa conducta. Aplaudo su paso a la electricidad y aplaudo su gusto en cuestión de motos. Si uno se tiene que piñar, mejor hacerlo con clase, mejor hacerlo con una Triumph.

jueves, 15 de abril de 2010

precious moments I : Pablo y Norbert


La vida está llena de momentos entrañables. Como éste, en el que Norbert -claramente beodo- le explica a Pablo su proyecto: Reconstruir una ruina encaramada en la montaña en los altos de Velefique (almería, southern spain). Allí proyecta crear un bar en el que se servirán 100 tipos de cerveza. Será obligatorio beber directamente de la botella. No habrá vasos, por lo que tampoco habrá que fregar. La barra deberá estar atendida por una tía buena en tetas ¿qué maravilla, no?. Ese era el delirante diálogo de aquella noche de cuando el bar de Jo se exilió en Fernanpérez.

sábado, 3 de abril de 2010

el bar del muerto



1 Morir sin glam

Ya son tres las visitas que he rendido al Bar del muerto. La primera vez que fuí, no sabía cómo se llamaba. Yo iba sólo a un bar de moteros que estaba en las cercanías de Tabernas. En esos casos da igual donde uno vaya. Lo importante es siempre el rulillo en moto con los amigotes. Así fué. Llegamos y nos instalamos en una mesa a beber cervezas frías y a esperar la inevitable actuación de un grupo de r'n'r. Estando a nuestras cosas, veíamos cómo los músicos se curraban el sonido. Lo de siempre; acoples, canciones a medias, etc. No podían probar bien porque les faltaba el bajista. Al rato éste apareció trotando hacia el escenario y subió atléticamente los dos escalones. Se enganchó el bajo y, entre algunos reproches por la tardanza, comenzó a probar.
A partir de ahí me desentendí de los músicos y seguí bebiendo con mis amigos. Unos minutos más tarde, una algarabía en el parking empezó a atraer gente hacia afuera. Como todo el que tiene una moto a la que ama, si algo pasa en las cercanías de esta siempre se echa un vistazo para eliminar amenazas a nuestra máquina. Al mirar me tranquilicé porque no existía tal amenaza. La gente hacía un corro a unos diez metros de mi Triumph. No me afectaba. Pero un poco después, entró alguien con más información: "ahí fuera se ha muerto un tío". Resultó ser el bajista del grupo. Yo me pregunté si ellos, los del grupo, serían capaces de tocar en esa circunstancia. Pensaba que quizá lo harían como homenaje al muerto y luego envolverían el cadaver de su compañero en la bandera americana y lo arrojarían a la carretera. Pero no. No tocaron. Allí estábamos todos, que ya nos habían servido la comida, viendo como los músicos recogían todos los instrumentos entre lágrimas. Pasaban a centímetros de nosotros en su ir y venir lloroso. Todos comimos sin problemas, a nadie se le quitó el hambre. Nos afectaba muy poco la tragedia. Sí salió a relucir el siempre socorrido refranero español, pero nada más.
Ese era el día de la inauguración de aquél bar que ya quedó bautizado como "El Bar del muerto".

2 La mirada del Nú

La segunda visita que rendí al lugar ya iba mejor informado. Sabía que iba al Bar del muerto. Al llegar, no pude evitar examinar el aspecto de los músicos y reconozco que sentí el temor de que muriera otro -tal era su aspecto-. Pero no murió nadie. Se subieron y tocaron sin más. La acción, esta vez, se vió desplazada a un trío de personas. Eran dos hombres y una mujer. Ella era una puta rusa de un cercano puticlub de carretera, que había estado liada con uno de los dos hombres y le había abandonado al perder éste su coche en un accidente. Ahora estaba liada con el otro hombre (que imagino sí debía de tener coche). El aspecto del agraciado con los favores de la dama era risueño, despreocupado, casi fiestero. La puta le obsequiaba con bruscas carantoñas. Con cucamonas sexuales de puticlub y el tío estaba muy feliz.
Lo que no entendía yo era porqué el otro desgraciado permanecía allí. Todos los parabienes de la puta para con su nuevo caballero, se tornaban en insultos, gestos hoscos y desagradables gritos alcohólicos para el desgraciado. Y sin embargo el tipo aguantaba allí. Fumando un cigarro tras otro y mirando al suelo.
La puta se venía arriba y se ponía a bailar provocando a uno y humillando al otro y los dos tipos parecían aceptar aquello con tranquilidad. Recuerdo fijarme en la mirada del desgraciado y recordar un documental de esos de naturaleza en los que un ñu se ve atacado por unos leones. Cuando el ñu ya está perdido, con dos o tres leones mordiéndole ora los cojones, ora la garganta, se le ve una mirada no ya resignada, sino tranquila, carente de alarma...eso me recordó aquél tipo.

3 Por fin un concierto

En la tercera visita me acercaba al lugar temiéndome ser de nuevo testigo de alguna cosa sórdida. Pero no. Hubo sol, calorcico y tocaron los Sun Rockets. El nombre del bar ya se ha difundido por toda Almería y no pasa nada. Seguiremos yendo.

Dejad que los niños se alejen de mi


Lo que más le gustaba a Matías era mirar por la ventana. No importaba de qué estuvieran hablando en la clase mientras lo hacía. Tampoco quién lo estuviese haciendo. Para Matías, a sus ocho años, poder apoyar los ojos en ese campanario que se veía a lo lejos era más que suficiente. Imaginando cosas que podían tener o no que ver con el campanario en cuestión, Matías alcanzaba una confortable sensación. Pero no era tan fácil. Rara era la hora en la que Matías podía mirar y mirar sin ser interrumpido.

- ¡Matías Garrido!, ¿qué acabo de explicar?

Y claro, Matías nunca tenía ni puta idea de qué acababa de explicar el torturador de turno. ¿Por qué aquella manía de no dejarle a él en sus cosas? Siempre le interrumpían en los momentos en los que su abstracción le estaba llevando a los sitios más deliciosos. Y no sólo los profesores, también su amigo Gabriel, que aunque era un imbécil, era su amigo y compañero de pupitre.

- Matías...Matías –en susurro-... ¿qué estás mirando?

Lo bueno de Gabriel era que no había que contestarle inmediatamente como a los cabrones de los profesores. No importaba dejarle así, porque enseguida se distraía con otra idiotez.

Además de mirar por la ventana de su clase, a Matías le encantaba que su Madre estuviera orgullosa de él. Por eso sufría tanto cuando le llevaba las notas. Claro, todo el día mirando por la ventana está bien, pero no se aprueba. “No presta ninguna atención, siempre está en Babia” , esa era la nota que los profesores solían adjuntar a los pésimos resultados académicos de Matías. (A causa de estas notas, Matías siempre imaginó Babia como un sitio realmente cálido para los sentidos)

Las últimas calificaciones habían sido las más espantosas que Matías recordaba haber cosechado. También era cierto que su observación del campanario lejano se estaba poniendo más y más interesante. La de cosas que ocurrían en la imaginación de Matías al mirarlo, pero a la hora de afrontar el sufrimiento de su Madre, eso no tenía ningún valor. Esa noche se metió en la cama pensando que algo tenía que hacer para remediar esta situación.

A la mañana siguiente se encontró en el autobús del colegio con su amigo Gabriel. Al saludarle, éste le dijo muy serio:

- Me ha dicho mi madre que hasta que no apruebe no puedo jugar ni hablar contigo. Mi madre dice que eres una mala influencia para mi. Que todo es por tu culpa que...

Estaba claro que Gabriel era un imbécil. Así se lo hizo saber Matías, pero lo hizo desde el dolor. Acusaba el golpe recibido. Parecía que todo el universo conspiraba para impulsarle a tomar alguna grave decisión. Así, el episodio del imbécil, unido al sufrimiento por su madre, hicieron que Matías tomase una resolución:

- Voy a cambiar –se dijo a si mismo- voy a hacer que mamá se sienta orgullosa de mi por mis buenas notas y cuando el imbécil este quiera ser otra vez mi amigo para aprobar, le diré que es un imbécil y que ya no será nunca más mi amigo.


Así comenzó un día de mucho ajetreo para la cabeza de Matías. Echar por la borda toda una vida dedicada a la contemplación del campanario y al confortable autismo no es tarea fácil. Tenía que planear bien las cosas. Para empezar debía fijarse en los que sí aprobaban, así se daría cuenta de lo que debía hacer: Examinó el aspecto de Pepito Guillén. Ese sí que era todo un tipo. Siempre sacaba sobresalientes. Sin duda, todo su éxito se lo debía a su abrigo de pana marrón. Lo primero era hacerse con un abrigo de pana marrón, lo demás vendría rodado.

Todo el día lo pasó Matías oyendo atentamente a los profesores. Haciendo garabatos que semejaban apuntes con su bolígrafo de cuatro colores. Actuaba bien. Su actitud, sus ademanes, eran los de un perfecto empollón. Sin embargo no descuidó el seguir enriqueciendo su nueva postura ante la vida con más complementos. Apuntó mentalmente que necesitaba –ya- un estuche de tres pisos como el de Mario Porras, que también suspendía todas. Pero sin duda alguna, él sabría como sacarle un mejor partido académico a un estuche como ese, no como el idiota de Mario Porras.

Todo funcionaba. Se sentía mucho mejor. Ya disfrutaba por anticipado las mieles de su futuro éxito. Nada podía pararle. Su madre sería la más orgullosa de las madres al encontrarse cara a cara con el nuevo Matías, ese tipo con abrigo de pana que sacaba las mejores notas del colegio.

Las cosas iban bien hasta el punto de que, en la tarde de ese primer día de la vida del nuevo Matías, el imbécil de su amigo Gabriel, había ya iniciado un tímido acercamiento contraviniendo las tajantes órdenes de su madre –esa bruja ignorante-. Matías frenó el acercamiento de Gabriel con un estudiado desdén. Le devolvía el dolor, si es que ese imbécil de Gabriel podía sentir el dolor.

Matías había plantado cara a un problema y lo estaba venciendo. Ya era el nuevo Matías.

Llegó a casa y, por primera vez en su vida, no se puso a jugar. Se metió en la habitación y se puso a hacer los deberes. La asombrada madre no quiso interrumpirlo preguntándole por este cambio tan significativo –era tan increíble que le daba miedo hacer cualquier cosa que pudiera truncarlo, ni siquiera preguntarle- Así que Matías, molesto porque su Madre no había reparado en el importante cambio operado en su persona, se vió obligado a exponerlo:

- Mamá. Hoy en el colegio he cambiado. Ya verás que notas traigo este mes. Ya no miro al campanario nunca, pero necesito un abrigo de pana.

La madre de Matías nunca entendió nada.

Después de dormir a pierna suelta, el nuevo Matías llegó triunfante al día siguiente al colegio. Había que ver qué diferencia entre cómo entraba en clase el antiguo Matías –ese tipo sórdido que siempre debía esconderse para no ser interpelado acerca de los deberes no realizados- y este nuevo Matías; tranquilo, sereno, dominador, esperando secretamente que el profesor le demandase la tarea encomendada el día anterior....Aún no había abrigo de pana, ni estuche de tres pisos, pero todo llegaría. Como llegó lo que tanto estaba deseando;

- Matías Garrido, enséñeme la tarea.


Por entre las risas de los compañeros –hienas siempre ávidas de desastres ajenos- Matías avanzó hasta la mesa el maestro. Allí depositó con orgullo el cuaderno y esperó erguido la reacción. Ésta no tardó en producirse:

- Garrido, esto es una soberana memez. Está todo mal....pero si ni siquiera se entiende....¿qué pone aquí? ¿eh?...da igual. ¡Vaya a su pupitre y repítalo!


Y Allá volvió humillado el nuevo Matías. A reencontrase en su pupitre con el imbécil de Gabriel –que se estaba riendo con ganas- . Allí le esperaba también el viejo Matías, que le sonreía señalando el campanario donde, en ese preciso momento, estaban pasando las cosas más increíbles.

Una trepidante historia de la tv.


-“Se lo paso a Mariló”. Yo nunca había pensado que la vida me conduciría por derroteros por los que tendría que decir cosas como esa. Tras pronunciar esas terribles palabras, caí en un estado de frustración muy parecido al que experimentan las golondrinas cuando el cambio climático afecta a sus ciclos migratorios. El mundo que yo conocía no servía para nada en esa situación irreal en la que ahora me desenvolvía: Focos, decorados, paneles, una super estrella de la TV dirigiéndome preguntas, intercambiando forzados comentarios... Mientras todo eso ocurría, traté de recordar cómo había llegado hasta allí.

La memoria me transportó a una cálida tarde de primavera. Una de mis amigas me anunció que había enviado mi candidatura para la participación en un concurso de TV. Yo reí. Parecía muy buena idea y sobre todo, estaba muy, muy lejana. ¿Por qué no? Un concurso en la tele es muy asequible y aunque dolía pensar en tan doloroso espectáculo participado por uno mismo, la compensación material podría ser importante.

- Vale vale, muy bien. –acepté sonriente.

Risas, aprobaciones y promesas de ánimo fueron lo primero que recibí a cambio de mi temeraria decisión.

Pero un mal día, una llamada de teléfono me convocó a un hotel madrileño. Allí se iban a llevar a cabo las pruebas de aptitud para el concurso de la tele. Movido por una fuerza externa e inexplicable, acudí. No tenía ganas, pero acudí.

Las pruebas resultaron tan absurdas como humillantes y así lo manifesté con mi actitud hosca y distante durante el desarrollo de las mismas. Salí de aquel hotel pensando que la broma había terminado. Era imposible que me aceptaran después de mi comportamiento. Experimenté de nuevo la tranquilidad, respiré hondo y volví a mis cosas.

Meses después, una nueva e inesperada llamada. Estaba atrapado.

–“Sí, vale”- dije al teléfono. Y empezé a precipitarme hacia el triste final. La eficaz señorita me había enterado –en sólo unos segundos- de todo lo que debía saber: Día. Hora. Vuelo. Ropa. Carnet... – “Y por favor, no nos falles ¿ehe?”

Transcurrieron los días como en una cuenta atrás. La llegada del momento del concurso cada vez me horrorizaba más. Entre bromas y autopromesas de alguna compensación material me consolaba de mi condición de pelele televisivo. Sabía que había aceptado ser la carne de cañón de un concurso. Eso ya era horrible, pero aún no sabía nada de nada...Lo peor estaba por llegar.
Tuve que viajar en avión a otra ciudad. “Una bonita, soleada y cálida ciudad mediterranea” me consolaba la noche anterior. Al aterrizar me envolvió una climatología tormentosa, fría y desasosegante. Mientras llamaba desde el aeropuerto para comunicar mi llegada, se cruzó en mi vista un hombre de expresión aburrida. El hombre sostenía un cigarro en la comisura de los labios y un cartel en las manos. Ese cartel era el logotipo del concurso de la tele. Aquel hombre aburrido era el chofer. Siguiéndole entre el clima lluvioso y los taxis amontonados en la puerta maldije mi suerte -¿Por qué? –me preguntaba a mi mismo sabiendo de antemano la respuesta - Por idiota. Por imbécil. Por querer ganar un coche. Por querer ganar un viaje. Por el estúpido anhelo de las cosas materiales. Por eso estaba allí, sorteando agrios taxistas detrás de un tipo con cara de aburrido que me abría la puerta de un lujoso monovolumen del que, como siempre, no iba a recordar nunca la marca.

Allí, dentro del confortable coche, descubrí a otras dos personas atrapadas, pero...¡Un momento!...no, no estaban atrapadas. Sonreían y se me presentaban con el mejor de los humores. Así oí por primera vez aquél maldito nombre:

-“Mariló”

Hasta entonces nunca había sospechado la existencia real de un personaje que se llamara así.

-“Mariló” -me repetía a mi mismo. -“Mariló”... Me planteé seriamente bajar del coche y huir en un avión... “No nos falles ¿ehe?”. El coche arrancó con el chofer aburrido, la delirante concursante profesional llamada Mariló, un señor de Logroño que no podía articular una palabra a causa de los nervios y yo, que no había querido huir.

Mariló llenaba el considerable espacio del monovolumen con su inacabable charla. Todo estaba inundado con su histérico tono de voz. Me decía a mi mismo que la tal Mariló era buena gente. Que la pobre no tenía la culpa de representar tan fidedignamente el papel de cerebro podrido. De idiota total. Ella incluso me había deseado “suerte” nada más sentarme en los mullidos asientos del monovolumen marca..... bueno el lujoso monovolumen que ya atravesaba una ciudad colapsada por la tormenta.

El señor de Logroño y yo nos limitamos a sumergirnos en la comodidad que para estas situaciones representa el mirar por la ventana. Así llegamos al estudio. El chofer desembarcó más aburrido aún que antes y Mariló preguntó inmediatamente que “dónde se podría cambiar de ropa.” (ella había traido desde San Fernando-Cádiz una enorme maleta con distintos conjuntos. Todos ellos muy televisivos. Dios, creo que a eso se le llama un buen “fondo de armario”)

Nada más entrar se nos indicó por gestos que no habláramos. Que no hiciéramos ruido alguno. Por gestos se nos informó del problema: No podiamos hacer ruido porque ya se estaba grabando uno de los siete programas que se grababan al día. Multipliqué rápidamente. Gracias a la información de Mariló –Dios que nombre- yo ya sabía que en cada programa participaban tres desgraciados concursantes: 21 personas participaban ese mismo día en aquel aquelarre.

Precedidos por una tal “Neus” subimos cuatro tramos de escaleras. Desembocamos en una gran sala. Bien iluminada gracias a sus ventanales. Había cómodos sofás y acogedores sillones. Una desmesurada televisión presidía la estancia. En su pantalla aparecían los pobres incautos que ya estaban grabando su programa. Las gentes de la estancia –todos futuros concursantes como yo- seguían las evoluciones de sus predecesores con entrega total. Era como si sus propios hijos participaran en la final de alguna competición mundial, tal era su interés y dedicación.

Neus nos hizo sentar. Teniamos que firmar unos papeles en los que renunciábamos expresamente a gran cantidad de los derechos que un ciudadano del primer mundo considera como “fundamentales”. Me llamó la atención una cláusula. En ella se informaba que el coche objeto del concurso no tenía mucho que ver con el vehículo que, en caso de ganar, se nos entregaría.
También había otro apartado en el que se nos informaba de que deberíamos permanecer allí hasta que el programa estuviese grabado del todo... Empecé a sudar frío.

Sin embargo, todos a mi alrededor estaban viviendo un momento pleno de sus vidas. En los pocos segundos que llevábamos en aquella sala y a pesar de estar rellenando papeles igual que yo, Mariló –Joder que nombre- ya se había presentado a todos los demás. Hablaban entre ellas de posibles premios, de posibles paneles de preguntas. Una señora de Zaragoza nos habló de lo interesante de su caso:

- A mi me apuntó mi hija. Yo no quería, pero ella erre, que erre... y aquí estoy, a ver si me llevo la televisión, porque como no consiga la televisión a ver como vuelvo yo a mi casa con mi hija...
- ¡Anda! –intervino Mariló muy indignada- ¡Pues que hubiera venido ella!
- ¡Sí, sí! ¡Eso! –graznaron muy ofendidas en su recién estrenado corporativismo el resto de las concursantes.
- Además, -retomó la señora de Zaragoza- no entiendo por qué me hacen venir aquí desde Zaragoza, si yo participo por teléfono...

Un silencio se extendió por la estancia. Todos los concursantes acababan de reparar en una de las mentiras del mundo de la tele. Las llamadas desde Zaragoza no eran desde Zaragoza, sino desde alli mismo.

- Se hacen desde un despacho –aclaró Neus con aire de sabelotodo.
- Pero, ¿por qué tengo que venir desde Zaragoza si lo mío es por teléfono? –insistía la señora de Zaragoza.
- Nno se, es por ...producción...
- ¡En el mundo de la tele nada es lo que parece! –anunció orgullosa Mariló.

Yo reparé en que ese día no eran 21 los desgraciados que allí íbamos a ser utilizados, sino 28. El señor de Logroño permanecía sentado con su abrigo encima. Sonriendo a todo el mundo y sudando por el bigote. El resto de los concursantes –ya encabezados por Mariló- acosaban a preguntas a Neus, quién finalmente optó por huir escaleras abajo.

Se me informó de que yo participaría en el último programa del día. Recuerdo que estuve a punto de derrumbarme, pero me alegré un poco por el señor de Logroño –único representante masculino además de mí- El iba a participar en el penúltimo programa y noté como eso le ayudaba a llevar mejor la situación.

Precisamente, mi situación empeoraba por momentos: Tendría que esperar hasta el final. Participaría junto a Mariló, pero ¿Quién sería mi otro oponente?

Neus se acercó a mi con una sonriente Mariló enganchada del brazo. Detrás caminaban dos señoras.

-Fernando –me dijo Neus- Ya sabes que vas en el último programa con Mariló (me estremecí de nuevo a pesar de que ya lo sabía)... y con Mercedes...

Ella, Mercedes, salió de detrás de Neus. Surgió como una aparición diabólica. Era enana. Rechonchilla. Culona. De pelo corto, muy corto y blanco. Me informó de su profesión “Soy comadrona” y de su procedencia “de Valencia”. En ningún momento me hizo partícipe de datos que yo ya había discernido sin dificultad alguna: “Es lesbiana y esa tía horrible de la voz chillona de ahí de detrás es su novia que ha venido con ella para darle todo su apoyo en estos momentos difíciles...” –pensé.

El señor de Logroño le contaba su trabajo –comercial- a una chica jóven de aspecto y ademanes poco agraciados. La chica ya había concursado sin ninguna fortuna. Sólo había obtenido el premio de consolación.

- Virgensita, que no me pase a mí –se traicionó en voz alta Mariló.

Mercedes se sentaba con su novia y juntas se reían de cosas de comadronas valencianas lesbianas. Yo, completamente desesperado, saqué “La forja de un rebelde” de Arturo Barea y me sumergí en su reconfortante mundo de tragedias españolas, tragedias que yo sí podía entender.

- Uuuuy...¡Este lee mucho! ¡Este nos gana a todas! –me asustó la voz de Mariló que ya estaba junto a mercedes mirándome. Todos los presentes en la sala, con la más que posible excepción del señor de Logroño, estuvieron de acuerdo con Mariló. Si yo leía era porque iba a ganar.

-Además está siempre muy callado.-enjuició Mariló envalentonada por la anterior buena acogida de sus opiniones sobre mi.

Sólo pude sonreir. Cuando ya huía con mi vista en busca del refugio del libro, mis ojos se encontraron con los del señor de Logroño. Sí, por lejano que me resultase, él era mi único apoyo para ese día terrible.

Neus apareció para tocar a rancho. Fuimos conducidos escaleras abajo. Atravesamos innumerables pasillos en los que nos cruzábamos con los trabajadores. Todos los del borreguil grupo llevábamos el estigma del concursante y así éramos considerados. Llegamos al comedor. Allí nos esperaba una mesa en la que un cartel rezaba: “Concursantes”. El señor de Logroño se me sentó al lado y yo lo agradecí. No cruzamos una sola palabra, pero para mí era suficiente saber que tenía un flanco protegido contra charlas destructivas.
Lamentablente, mi otro flanco quedó fatalmente expuesto y apareció Mariló.

-Uuumm....¡Que buena pinta tienen estos calamares!


El panorama de la mesa era aún peor que el de la sala que habiamos abandonado. Allí por lo menos podía leer. Aquí tenía que afrontar los rostros y las conversaciones de todas aquellas mujeres. Señoras y chicas venidas desde toda España. Hembras de todas las edades y todas las condiciones.
Todas ellas compartían la devoción por la televisión. Conocían todos los concursos de la programación y muchas –como Mariló o Mercedes- ya habían participado en otros concursos televisivos antes.
La conversación se encarriló directamente hacia el concurso en el que estábamos metidos. La fortuna había sido desigual. La señora de Zaragoza había fallado lamentablemente. Sólo había obtenido el premio de consolación y todas la consolaban por ello.

- Lo importante es participar y pasarlo bien- sentenció Mariló con la boca llena de calamares.

Las dos comadronas lesbianas comían ensalada y cuchicheaban entre sí. Dentro de aquél submundo que estaba seguro que ellas comprendían a la perfección, existía otra sub variedad de mundo que ellas habían creado para su exclusivo disfrute. El señor de Logroño les sonreía. El pobre iba a tomar la palabra cuando repentinamente apareció en el comedor la gran estrella: El presentador del concurso. Todas las mujeres callaron y le miraron. El pobre señor de Logroño, que justo antes iba a empezar a hablar por primera vez en el día, agarró con decisión su copa de vino.

Yo me serví a mi vez un poco de aquél vino. El presentador estaba ya encima nuestro saludando engoladamente y disfrutando del coqueteo. Las mujeres –todas- se habían convertido ya en grullas patéticas, actuaban como gallinas cluecas...
Yo bebí con el señor de Logroño y me maravillé una vez más de la generosidad con la que sudaba por el bigote.

Una vez el presentador se hubo retirado a su mesa, el cloquerio se desvaneció para dar paso a una faceta pretendidamente intelectual, en la que alababan no su figura, porte o estética, sino su inteligencia.

-¡Este lee mucho! ¡Cuidadito con él Mercedes que lee mucho! –le decía Mariló a Mercedes con absoluta familiaridad.

Tomé el café de un sorbo y abandonando al señor de Logroño a su suerte en medio de una conversación sobre la prensa del corazón, pretexté algo para salir de allí. Subí de nuevo a la sala prometiéndome unos minutos de soledad reparadora, pero pronto oí por las escaleras al resto del rebaño encabezado por la incombustible Mariló.

- ¡Está leyendo! ¡Seguro! –oí decir dos plantas más abajo.

De nuevo rodeado por aquellos personajes surgidos de la imaginación de algún Dios loco, acogí con alegría la aparición de Neus:

-¡Mercedes, Fernando y Mariló. A maquillaje

Entramos en una gran sala en la que todas las paredes estaban recubiertas de espejos y luces.

Mercedes y Mariló fueron las primeras en ser maquilladas. La novia de Mercedes observaba desde el quicio de la puerta hasta que fue descubierta y explusada por Neus. Mariló aprovechó para cambiarse una vez que la maquilladora hubo acabado con ella.

-Uuy que alto –me dijo una bruja de dientes separados mientras me agarraba del brazo y me llevaba a su sillón de torturas.

La bruja se inclinaba hacia mi para untarme alguna sustancia en la cara y yo me maravillaba del enorme espacio libre existente entre sus dos incisivos. Pensaba que allí podría sujetar con completa tranquilidad un cigarro-puro, o que podría participar en uno de esos concursos de silbidos de las Islas canarias...
Ella, ajena a mis elucubraciones, me hablaba con su voz chillona sobre el famoseo. Sobre lo feas que eran algunas antes de que ella las arreglase. ¡Si yo supiera! Por supuesto no me iba a decir nombres, pero...¡Si yo supiera!

Ahora ya faltaba muy poco para mi participación. Subimos de nuevo a la sala de la enorme televisión. En ella vi como el señor de Logroño –que ya grababa su programa- empezaba a fallar sus primeras respuestas. Sentí un cierto nerviosismo premonitorio.

Neus se acercó para decir cuan poco nos faltaba y Mariló empezó a dar saltos por toda la habitación. La exaltación se extendió cuando los concursantes del programa precedente al nuestro llegaron a la fase del concurso en la que uno queda eliminado.

- Virgensita, virgensita, qué nervios, qué nervios...- murmuraba Mariló.


El señor de Logroño fue eliminado. Mercedes preguntó si tenía tiempo de ir al servicio. Éste le fue concedido y ella marchó con decisión hacia las escaleras. Una vez frente a ellas tropezó aparatosamente y rodó algunos peldaños. Su novia corrió solícita a ayudarle, pero no había necesidad. Mercedes estaba perfectamente. Era resistente como el cuero y dura como el acero de Krupp.

Neus subió y haciendo un simpático ademán (quizá demasiado simpático) dijo:
-Adelante

Allí iba yo. Detrás de Neus, Mercedes y Mariló. Dispuesto a ganar un coche o lo que fuera, pero sobre todo deseando que aquello acabara de una vez por todas.
Llegamos a la primera planta. Mariló se sintió indispuesta. Se le concedió permiso para ir rápidamente al lavabo. Yo pensé que debería aprovechar también y así beber un poco de agua por lo que me dirigí a los lavabos unos segundos después de que Mariló lo hubiera hecho. Allí me esperaba otra sorpresa. Pase por delante del servicio de señoras –abierto de par en par- y presencié como espectador privilegiado el culo de Mariló, quién al oir mis pasos trató torpemente de tapárselo.

No bebí agua. Baje directamente al plató´y en el camino me crucé con el señor de Logroño que me sonrió con alivio. Todo había terminado ya para él y su bigote no sudaba.

Mi estado anímico en aquél momento era comprensiblemente deplorable. Se nos enseñó una coreografía. Mercedes, Fernando y Mariló entraríamos saludando a nuestra izquierda. Ocuparíamos nuestros puestos. Yo debería saludar a la comadrona lesbiana, luego a la inefable Mariló –quién me exigió que le diera la mano de una forma que sólo debe emplearse entre cierto tipo de gente que se mueve en cierto tipo de situaciones-. Mariló no era de ese tipo de gente, pero quería su saludo. “No nos falles ¿ehe?”.

Me descubrieron más imposiciones:
En el saludo y presentación que cada concursante debe hacer de si mismo yo pretendí colar “Hola, soy Fernando y vengo de Madrid”. Fue totalmente inútil. Querían más. Querían saber a qué me dedicaba y yo no estaba dispuesto a hacer más concesiones. Tras una breve pero tensa negociación, accedí a visitar un lugar que por tan común ya es pisoteado. “Hola soy Fernando. Vengo de Madrid y he venido para ver esto por dentro” –acerté a rebuznar totalmente fuera de mi.
En cierto lance del concurso en el que se hace preciso pasar la baza en vez de jugarla, yo no debía decir simplemente “paso” o “lo paso”, sino “se lo paso a Mariló” –Dios, aún retumba en mi cerebro-
Claro que, con todo, siempre mantuve una cierta dignidad. Mariló y Mercedes querían saludar a toda costa y hubo que amenazarlas con seriedad para que no lo intentaran.

Finalmente comenzó la grabación. No fallamos la coreografía inicial y todo iba bien. Comencé a acertar las primeras preguntas. De pronto, de una de las pantallitas surgió una estrella dorada. Sonaron grandes fanfarrias y el presentador-estrella corrió a mi atril para felicitarme. Yo pense que Dios había sido justo compensándome por tantos sufrimientos con una victoria definitiva en el concurso, tal era el ambiente.
Sin embargo la estrella y las fanfarrias sólo implicaron un pequeño regalo:

- ¡Una agenda electrónica y una sonrisa! –gritó un tipo desde la oscuridad. Yo debí entonces sonreir para que todos los espectadores de España supieran cuan feliz era yo por haber ganado una agenda electrónica como aquella.


Siguió el concurso. Volví a acertar. Nuevas fanfarrias. Esta vez ya no piqué. Esta vez ya sabía que tal despliegue de triunfalismo era siempre infundado. Aún así, el presentador-estrella se acercó a mi felicitándome por lo que había ganado. “Un video y una sonrisa”...

Nuevos paneles, nuevas preguntas. Fallos y aciertos. Me eliminaron con deshonra y fui conducido por Neus hacia el lugar reservado para el pobre desgraciado que es eliminado en primera ronda. El lugar que antes que ya había ocupado el señor de Logroño. Desde allí, merced a una pequeña tele que allí había colocada, pude ver el final del concurso. Mariló gritó, cantó, se contorsionó, pero perdió. Ganó la comadrona lesbiana, que luego se comportó de forma sosa a la hora de optar por el coche.
Al final del programa me hicieron salir de nuevo al ruedo para formar una especie de “coloquio” con el presentador y los demás concursantes. Eso fue la puntilla.
El mismo chofer de por la mañana me llevó hasta el aeropuerto. Le indique por señales obvias que no tenía por qué darme conversación.
Una hora de espera en el aeropuerto. Huelga de limpieza en Iberia. El interior del avión olía a sobaco. El avión iba lleno a rebosar. Se me sienta al lado un gordo maloliente. Me dan ganas de acabar con su despreciable existencia, pero me aguanto y nuevamente me refugio en la lectura. El miserable empieza entonces a hablar y su aliento es fétido y espeso como una cloaca. De nuevo me reprimo. De nuevo me enfrasco en el libro. Un imbécil que tengo delante reclina su asiento y me machaca las rodillas. Le golpeo con el libro en la cabeza. Me mira pidiendo explicaciones y le contesto con una fría mirada y un “perdón” que suena más bien a amenaza. El pobre idiota, consciente de su torpeza en el momento equivocado, devuelve su asiento a la posición original.

De nuevo en Madrid. De nuevo en casa. Todo ha pasado. Ahora sólo me queda intentar olvidar y, claro, disfrutar de una magnífica visita a los lugares comunes de la música clásica de la mano de los “Clásicos Básicos”.